miércoles, 4 de abril de 2012

Una visita esperada

“Allá donde la moral y la religión son reducidas al ámbito exclusivamente privado, faltan las fuerzas que puedan formar una comunidad y mantenerla unida
La venida del Papa para nosotros tiene un gran significado, incluso un gran impacto positivo en todos los ámbitos y sentidos, incluido el político. Su presencia unió a millones de personas en oración y no hay poder más grande que ese. Además, a pesar de que México es un país que sufre a causa de la violencia, su sola presencia generó alegría y paz, quien no tuvo la capacidad de sentir todo esto es porque realmente no puede abrir su corazón al bien. Y en este tiempo de pascua es símbolo de renovación personal que influye directamente en el entorno social. Como lo dijo el Santo Padre en el Parque Bicentenario en donde nos reunimos cientos de miles de fieles: "Quien ha descubierto a Cristo debe llevar a otros hacia él, una gran alegría no se puede guardar para uno mismo, es necesario transmitirla”.
Así mismo, como Jefe de Estado del Vaticano en su visita a Tierra Azteca abordó temas como la violencia, impunidad, narcotráfico, corrupción, el Santo Padre denunció ante los pastores de las circunscripciones eclesiásticas de varios estados del país, < México tiene ante sí el reto de transformar sus estructuras sociales para que sean más acordes con la dignidad de la persona y sus derechos fundamental>>. Todo esto lleva a diversas formas de violencia, indiferencia y desprecio del valor inviolable de la vida, con tristeza expresó.
Intensos días de agenda, un eterno agradecimiento del pueblo mexicano y mucha esperanza, fue lo que causó la visita del Sumo Pontífice a nuestro país.
Demostró que no tenía miedo, las personas decían que el venir a México representaba un riesgo a causa de la violencia.
Hubo Papa para cada uno de los asistentes, él tuvo el interés de estar en contacto con su grey, y tuvo un gran poder de convocatoria, desde el momento en el que llegó bendijo al pueblo mexicano.
Su reunión con Calderón fue una visita de Estado y el contacto con la gente fue un motivo religioso. Los fieles acudieron de todas partes del país e incluso del extranjero, centroamericanos que tuvieron las posibilidades y compatriotas mexicanos que laboran en el extranjero, estuvieron allí presenciando la palabra de Dios, personas que estuvieron esperándolo allí desde días antes.
Nosotros como asistentes tuvimos la fortuna de notar la unión entre el pueblo y su Santidad, poniendo de lado las diferencias económicas, partidistas, culturales, enfermos y personas con capacidades diferentes, sin importar las inclemencias del tiempo, el frío por la noche y un calor intenso, haciendo una visita espléndida, única y con la sensación de un entorno en unión y respeto.
En su última noche en territorio mexicano frente a un mariachi que le despedía alegremente y cientos de personas que lo vitoreaban, expresó palabras que perdurarán en cada fiel que estuvo al pendiente de su visita: "Ahora entiendo por qué Juan Pablo II decía 'me siento Papa mexicano', ya en el Aeropuerto dijo: No se dejen amedrentar por las fuerzas del mal y dio una especial bendición apostólica al pueblo mexicano.
Benedicto sintió ese amor que el pueblo mexicano le demostró hacia él y hacia la religión católica; la fe, la hospitalidad y el acogimiento, propias del mexicano siempre estuvieron latentes.
Muchos diríamos que siempre lo estuvimos esperando en nuestro corazón, que Dios eligió el momento para que pudiésemos ser partícipes y testigos de aquella venida, porque al final todo se da por añadidura, y cuando en algunos años recordemos este momento, podamos decir: “Yo seguí a su Santidad Benedicto XVI en su paso por estas tierras mexicanas”.